Tumbas de vivos

Según leí una vez en un libro, los Tuaregs, uno de los poquísimos pueblos nómadas que todavía, en escaso número, pueblan esta tierra, afirman que las casas son las tumbas de los vivos. Lógicamente y por nuestras enseñanzas socio-culturales, me pareció una afirmación un poco fuera de lugar.

Pero caso es que hace poco, un miércoles cualquiera, salí a pasear en muy buena compañía a eso de las diez de la noche. Hacía una temperatura agradable, tal vez demasiado buena para la época en la que nos encontrábamos entonces, abril. Era una noche muy apacible y tranquila para andar sin prisa hacia ningún lugar concreto y así lo hicimos durante algo más de una hora, conversando y sintiendo la paz de la noche en lo que en pocas horas se convertiría en el correr diurno y diario de la ciudad y entonces me pregunté ¿dónde está todo el mundo?.

Apenas nos encontramos con nadie por la calle. Tal vez una o dos personas, que parecía que tenían mucha prisa por llegar a sus casas. Había realmente mucho silencio, tanto que a veces asustaba incluso y lamenté que fuésemos sólo dos personas las que disfrutábamos de tan feliz y sencillo momento.

Sigo pensando que es exagerada la afirmación Tuareg que antes he comentado, pero también tenemos que reconocer que muchas veces usamos las viviendas como nuestras propias cárceles y nos olvidamos de que hay un exterior del que podemos disfrutar muy gratamente. Esto es extensible a la ciudad, es decir, también, cuando salimos, nos olvidamos que no todo es ciudad y que hay (todavía) naturaleza fuera de este asfalto que podemos disfrutarlo y mucho.>